El galeón Andalucía, navegando en la actualidad.
La Nao de China.
Antes de empezar, quisiera hacer algunas aclaraciones pertinentes:
Primera: El nombre con que fueron conocidos. Se les llamó en la Nueva España la Nao de China, aunque la verdad es que ninguna de estas embarcaciones llegó jamás a playas chinas; se le llamaba así porque en el México sujeto a la corona española (y en muchas otras partes del mundo), China equivalía a cualquier parte del lejano Oriente (desde la India, pasando por Borneo, Sumatra, Corea o Japón). Otro nombre que recibía en España era La Nao de Manila, y tampoco es exacto, ya que el viaje “de ida” siempre era de Acapulco a Filipinas, y el “regreso” (la célebre Tornavuelta”) era de Filipinas a Acapulco. Por eso el nombre correcto es Galeón de Acapulco, que era como lo conocían en Manila.
Segunda: en los viajes largos, los navegantes se ponían enfermos y a veces morían a causa de la terrible enfermedad llamada escorbuto. Hasta el siglo XX no se supo que era producida por la carencia de vitamina C, que se encuentra en la fruta y verduras frescas. Como el chile es el vegetal que más vitamina C contiene, y era parte de la dieta cotidiana de las tripulaciones de barcos mexicanos desde el principio de su navegación, se descubrió inmediatamente que transportándolos y consumiéndolos (incluso secos, para evitar la descomposición en el viaje) evitaban esa enfermedad. De esa manera empezó a diseminarse su cultivo por las Filipinas primero, y después por otras islas y regiones de Asia (China, Vietnam, Ceylán, India, Corea, Japón, etc.) donde rápidamente se adaptó a la cocina, hasta adquirir carta de ciudadanía en currys y otros platos nacionales locales.
Tercera: el viaje Legazpi/Urdaneta fue uno de los grandes viajes de descubrimiento que ayudaron a conocer y comunicar este gran mundo, pero ha quedado en el olvido parcial; este post es un homenaje a esos marinos temerarios.
Fernando de Magallanes.
En 1521, el portugués Fernando de Magallanes, al servicio de España, había llegado a las islas Filipinas y tomado posesión teóricamente del archipiélago. Ya se sabía que los nativos eran dóciles y no ofrecían mayor resistencia a los extranjeros. Se sabía también que desde Filipinas resultaba fácil competir con los portugueses en el tráfico de especias, pero se ignoraba la forma de cruzar el océano Pacífico en ambos sentidos.
Carlos I de España y su esposa, la emperatriz Isabel.
Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, madre de Felipe II, reina de España y emperatriz de Alemania, acuerda con Hernán Cortés, al cabo de 5 años de la caída de Tenochtitlan, que él enviaría “armadas por la mar del Sur”, relata Bernal Díaz del Castillo “a descubrir tierras nuevas adelante…”, pero todo a costillas del propio Cortés. Y éste mandó “hacer navíos en un puerto de una su villa que era en aquel tiempo del marquesado que se dice Teguantepeque, y en los otros puertos de Zacatula y Acapulco”. En Zihuatanejo manda construir Cortés tres barcos: el Espíritu Santo, el Santiago y la Florida. El rey de España pide que hallen a la nao Trinidad, junto con su tripulación, que formaba parte de la flota de Magallanes. Fue el comandante de tales barcos Álvaro de Saavedra Cerón. Pudo llegar a las Filipinas y a las Molucas (visitadas 5 años antes por Magallanes); empero no logró retornar a la Nueva España, muriendo en el intento. Son ellos los primeros barcos mexicanos que se dirigen a Asia.
Después de estos intentos, pasaron muchos años para que se reintentara establecer una comunicación continua con Filipinas, porque los esfuerzos mayores de descubrimiento y conquista se centraron en el norte del país, y sus zonas mineras (Acámbaro (1526), Querétaro(1531), Zacatecas (1546), San Miguel el Grande (1555), Aguascalientes (1575), Guanajuato (1557), Durango (1563), Saltillo y Monterrey (1577), …
Pero el proyecto de colonizar Filipinas no había muerto, y los fondos que produjo el auge minero de Zacatecas permitieron enviar hacia allá otra expedición, la cual partió de Barra de Navidad, Jalisco, el 21 de noviembre de 1564. Constaba de tres barcos y fue capitaneada por Miguel López de Legazpi y Gurruchategui. Lleva como buen cosmógrafo, según lo declara Felipe II, al agustino Andrés de Urdaneta quien, a las órdenes de Juan Sebastián Elcano, tiempo antes había andado por islas y mares asiáticos.
Después de hacer escalas en las islas Marshall y en Guam, el 27 de abril de 1565 los expedicionarios tocaron una de las siete mil islas del archipiélago filipino. Legazpi se cuidó de hostilizar a los aborígenes, hombres primitivos que cuando mucho vestían un minúsculo taparrabo, y no encontró resistencia para explorar el territorio y establecerse allí.
Esquema del viaje de ida y vuelta, de Filipinas a Acapulco.
El viaje de ida fue relativamente fácil, ya que se aprovecharon las experiencias anteriores. El regreso era distinto, pues no se tenía idea de dónde se hallaba la corriente marítima que permitiera volver a la Nueva España. El monje Andrés de Urdaneta, segundo en el mando de la expedición, fue encargado de descubrir “la tornavuelta” y partió el primero de junio. Urdaneta estaba persuadido de que Dios lo guiaría en su camino, y así debe haber sido, ya que milagrosamente pudo localizar la corriente buscada (corriente de Kuro Shivo) y, aunque ésta arrastró su nave hasta las cercanías de San Francisco, California, el 8 de octubre desembarcó en Acapulco. Esta hazaña permitió realizar por fin el viejo sueño colombino de conectar con el mundo asiático para realizar un comercio lucrativo, y cuyo derrotero, por él trazado, seguirán por 250 años el Galeón de Acapulco. Otro hecho afortunado para Urdaneta fue que sólo se consumieron cuatro meses y ocho días en el trayecto, pues los viajes posteriores llegaban a durar hasta siete meses y algunos hombres enloquecían por la tardanza.
Las naos de Acapulco fueron atacadas muchas veces por galeones enemigos.
En 1571 Legazpi fundó la ciudad de Manila en Luzón, la mayor de las islas Filipinas. Pronto se acercaron allí piratas –que fueron vencidos- y comerciantes chinos, que por el contrario maravillaron a los españoles al ofrecer en venta muchas mercaderías desconocidas en Europa, como telas de seda finísima y delicados objetos de bella porcelana china, marfiles y piedras preciosas hindúes, sándalo de Timor, clavo de las Molucas, alcanfor de Borneo, jengibre de Malabar, damascos, lacas, tibores, tapices, perfumes, etcétera. Por su parte, los chinos se pusieron felices al ver que los españoles podían traer de la nueva España cacao, vainilla, tintes y cueros, pero sobre todo, cantidades ilimitadas de plata, un metal que escaseaba en China y que tenía un precio muy alto en Asia, ya que el coeficiente bimetálico existente la favorecía en relación al oro. Esto permitía comprar con ella casi todos los artículos suntuosos fabricados en Asia, a un precio muy barato y venderlo luego en América y en Europa con un inmenso margen de ganancia (fácilmente superior al 300 por ciento). Instantáneamente se inició el primer intercambio en gran escala de productos orientales por occidentales que había visto el mundo, lo que compensó a los españoles que nunca pudieron encontrar yacimientos de metales preciosos en las islas.
Galeón.
En Filipinas abundaban las maderas durísimas, ideales para hacer barcos resistentes, y en Bagatao se fabricaron muchos de los galeones (los demás se fabricaron en Autlán, Jalisco) para llevarlos al archipiélago con la plata y volver a la Nueva España cargadas de mercaderías orientales. Algunas de estas naves alcanzaban el hasta entonces descomunal desplazamiento de dos mil toneladas, transportando una mercancía muy costosa, valorada entre 300,000 y 2,500,000 pesos de la época. El primer galeón –llamado nao de China- llegó a Acapulco en 1573 y desde entonces, con pocas excepciones y durante 250 años, cada verano otro (alguna vez fueron dos galeones), a pesar de que los piratas ingleses y holandeses se desvivan por capturar las naves en alta mar y apoderarse de sus tesoros. Esta embarcación iba mandada por el comandante o general y llevaba una dotación de soldados. Solían viajar también numerosos pasajeros, que podían ayudar en la defensa. En total iban unas 250 personas. El intercambio sólo cesó durante la guerra de Independencia. El penúltimo Galeón de Acapulco es el Magallanes. Avista Acapulco en 1811, mas no puede penetrar en la bahía por los disturbios que en ella causa la rebelión mexicana contra el gobierno español. Su capitán emprende la retirada y en San Blas aguarda cuatro años. Fernando VII suprime desde Madrid la antigua línea de navegación y esa nao vuelve al puerto filipino en 1815. El último viaje, en 1821, fue incautado por Agustín de Iturbide.
El proceso de carga y descarga era muy rudimentario.
La ruta era larga y compleja. Desde Acapulco ponía rumbo al sur y navegaba entre los paralelos 10 y 11, subía luego hacía el oeste y seguía entre los 13 y 14 hasta las Islas Marianas, de aquí a Cavite, en Filipinas. En total cubría 2,200 leguas a lo largo de 50 a 60 días. El tornaviaje se hacía rumbo a Japón, para seguir la corriente de Kuro Shivo, pero en el año de 1596 los japoneses capturaron dicho galeón y se aconsejó un cambio de itinerario. Partía entonces al sureste hasta los 11 grados, subiendo luego a los 22 y de allí a los 17. Arribaba a América a la altura del cabo Mendocino, desde donde bajaba al sureste por el sendero de las ballenas, costeando hasta Acapulco. Lo peligroso de la ruta aconsejaba salir de Manila en julio, si bien podía demorarse hasta agosto. Después de ese mes era imposible realizar la travesía, que había que postergar durante un año. El tornaviaje normalmente demoraba cinco o seis meses y por ello el arribo a Acapulco se efectuaba en diciembre o enero. Aunque se intentó sostener una periodicidad anual, fue imposible de lograr.
“…en la feria que en Acapulco motiva el arribo de la nao de China ordinariamente se reúnen allí algunas casas poderosas de México para comprar todos los géneros juntos. Y ha sucedido que se venda el cargamento antes que en Veracruz se tenga noticia del galeón. Esta compra se lleva a cabo sin abrir los bultos, y, aunque en Acapulco acusan a los comerciantes de Manila de lo que llaman trampas de la China es menester confesar que este comercio entre dos países distantes uno de otro tres mil leguas, se hace con suficiente buena fe, y tal vez aún con más honradez que el comercio entre algunas naciones de la Europa civilizada, que nunca han tenido la menor relación con los comerciantes orientales.”
La refinada sociedad peruana demandó pronto las sedas, perfumes y porcelanas chinas, ofreciendo comprarlas con plata potosina y los comerciantes limeños decidieron librar una batalla para hacerse con el negocio. A partir de 1581 enviaron directamente buques hacia Filipinas. Se alarmaron entonces los comerciantes sevillanos (quienes en ese momento tenían el monopolio del comercio español en América) que temieron una fuga de plata peruana al Oriente y en 1587 la Corona prohibió esta relación comercial directa con Asia. Quedó entonces el recurso de hacerla a través de Acapulco, pero también esto se frustró, porque los negociantes sevillanos lograron en 1519 que la Corona prohibiera el comercio entre ambos virreinatos.
Naturalmente los circuitos comerciales no se destruyen a base de prohibiciones y el negocio siguió, pero por vía ilícita. A fines del siglo XVI México y Perú intercambiaban casi tres millones de pesos anuales y a principios de la centuria siguiente el Cabildo de la capital mexicana calculaba que salían de Acapulco para Filipinas casi cinco millones de pesos, parte de los cuales venía de Perú. Esto volvió a poner en guardia a los defensores del monopolio sevillano, que lograron imponer restricciones al comercio con Filipinas. A partir de entonces se estipuló que las importaciones chinas no excediesen los 250,000 pesos anuales y los pagos en plata fuesen inferiores a medio millón de pesos por año. Todo esto fueron incentivos para el contrabando, que siguió aumentando. En 1631 y 1634 la monarquía reiteró la prohibición de 1591 de traficar entre México y Perú, cosa que por lo visto habían olvidado todos. Hubo entonces que recurrir a utilizar los puertos intermedios del litoral pacífico, como los centroamericanos de Acajutia y Realejo, desde donde se surtía cacao de Soconusco a Acapulco, de brea al Perú y de mulas (de la Cholulteca hondureña), añil, vainilla y tintes de Panamá, lo que encubría en realidad el tráfico ilegal entre los dos virreinatos.
Puerto de Acapulco con la Real Fuerza de San Diego. 1730.
La carga del Galeón de Acapulco era llevada a lomo de mula por el camino que era llamado la Ruta de la China hasta la ciudad de México, donde quedaban parte de las mercaderías; el resto se enviaba a Veracruz, para subirla a los barcos que la llevaban a España, de donde se distribuía por toda Europa. De este comercio surgieron muchos magnates. En México dejó, además de las sedas, los marfiles y la porcelana cuya decoración imitaron los alfareros mexicanos, una serie de productos que inconmoviblemente en el país: los mangos y otras frutas, el ceviche, además de los vestidos de china poblana, el rebozo, los fuegos artificiales y las decoraciones con papel cortado.
Virgen de Guadalupe de marfil, con ojos oblicuos.
Filipinas recibió de la Nueva España el catolicismo y la versión mexicana del español, cargada de palabras de origen náhuatl, pues aunque el archipiélago tenía su propio virrey, por su lejanía de la metrópoli era gobernado en buena medida desde México, así que acabó siendo una especie de colonia de otra colonia.
Cuando se consumó la independencia de México llegó a Acapulco un barco lleno de criollos filipinos que pretendían incorporarse e incorporar a Filipinas al nuevo país, pero nadie les hizo caso.
Los actuales habitantes de Guam llevan apellidos españoles y descienden de los novohispanos que eran enviados allí como parte de la guarnición o eran marineros que desertaban para librarse de las penalidades del viaje. Mezclados con malayos y polinesios, los modernos habitantes de Guam todavía suelen recordar de vez en cuando sus orígenes mexicanos.
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