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Destino: Caleta Acapulco

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Hotel: El recién renovado Boca Chica
Hace algunos años vine a este hotel para cenar con un buen amigo y entonces presidente del Club de Yates, Humberto Van Hasselt, y me había parecido el lugar más afortunado de todo el puerto, ya que su restaurante tiene la cualidad de estar como flotando en el mar. Cuando me enteré de que había sido restaurado para el Grupo Habita, por los arquitectos José Rojas y Frida Escobedo, fue claro que ahí encontraría el glamour y la nostalgia que estaba buscando. José Rojas, arquitecto mexicano con varios reconocimientos internacionales (Cum laude Design Academy Eindhoven, IM Master) me habló de que básicamente abrieron los espacios, destacaron elementos y materiales más importantes del edificio como las celosías, los mosaicos, la madera, y obviamente, las vistas de Caletilla, La Roqueta y la bahía.

Al llegar ahí, quedé extasiada porque me sentí en el Acapulco de mis papás y de tantas y tantas personas que viajaban hasta aquí con una gran ilusión: compartir un espacio con las grandes estrellas del cine e intelectuales de aquella época.
Los detalles hablan por sí solos: la fachada antigua pero inmaculada, el verde en las paredes y elementos de decoración (muy usado localmente), el refrigerador y la bicicleta antiguos en el lobby, las terrazas abiertas, muebles clásicos tropicalizados de Rietveld y Prouvé… (arquitectos y diseñadores holandés y francés respectivamente) ¡uf! Son tantos los elementos clave, que pregunté a José Rojas cuáles eran sus favoritos y coincidí en que la lámpara de caracol de los cuartos, la “barra barco” del restaurante y el magnífico mural de mozaico veneciano de Francisco Eppens, que por cierto ya era uno de los tesoros del hotel conservado para esta nueva era del Boca Chica. En cuanto a los materiales, confirmé que prevalece la piedra laja, madera tropical, mosaicos de vidrio y tapetes, todo de México (incluso la restauración de los muebles se hizo aquí).
Otra de sus cualidades es que tiene su propia marina, a la que pueden llegar yates privados y pasar el día en las instalaciones, sin ser vistos, disfrutando por ejemplo de la alberca. Sobre este espacio, el arquitecto me dijo que: “La alberca era muy bonita, pero estaba muy apretado todo alrededor, tuvimos que restarle área a una terraza que estaba arriba de ella para expandir todo el asoleadero. Ahora parece que siempre ha estado así... y eso es lo bueno. También, en lo que ahora es el Bar de Sombrilllas de concreto, había una techumbre de acero que se estaba cayendo”.

Otro tesoro más del Boca Chica son sus petroglifos, que no le diré dónde están, tendrá que investigarlo o dar con ellos usted mismo.

Después de “beberme” todo con la mirada, por largas horas, me relajé en mi terraza completamente feliz e imaginando mil cosas. Gracias al Boca Chica y a su personal cálido y servicial, comenzaba a viajar en el tiempo…

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